
La recientemente denominada “violencia de género” se ha convertido en una cita obligada en la actualidad cotidiana de nuestro país. Miles de mujeres sufren cada día el dolor y la humillación derivadas de los malos tratos en su propio hogar."Y eso es precisamente lo que no debemos permitir, que se convierta en una rutina, en algo normal para todos. Eso supondría sin duda la sentencia de muerte para cientos de mujeres.
¿Es una moda?, ¿el resultado de frustraciones e inseguridades del pasado?, ¿o es que la raza humana genera por si sola y sin motivo estos “hijos irracionales”?. Alguien cercano a mí me aseguraba hace días que estos hechos atroces le llevaron incluso a sentirse avergonzado de ser hombre, y yo resignado, no pude más que sumarme a ese sentimiento.
Ellas son nuestras madres, hermanas, amigas, novias, esposas... nos dieron la vida, nos acunaron de niños o nos dieron ese inolvidable primer beso de juventud. Son nuestro complemento, nuestras cómplices o simplemente el adorno de nuestras vidas. ¿Por qué entonces?, ¿qué excusa puede justificar lo injustificable?.
Sinceramente, cada vez que leo o escucho hechos de esta índole, no puedo evitar el sentirme identificado y solidario con el moratón y no con el puño, con la herida y no con la bofetada, con el llanto, y no con el aliento a intolerancia y alcohol.
Dicen que los números no engañan, y cierto es que hubiera preferido que en esta ocasión sí lo hubieran hecho. Solo en nuestro país, se registraron a lo largo de 2003, 172 delitos de homicidio o asesinato sobre mujeres, perpetrado por su cónyuge, excónyuge, compañero sentimental, o como quieran llamar a los infra-hombres responsables de tales atrocidades. De ellos, 66 tuvieron el resultado de muerte. Esto supone que todas las semanas muere una mujer por estos motivos, y además, en los cuatro primeros meses de 2004, las muertes ya suman catorce. Francamente aterrador.
Año tras año las cifras se incrementaron paulatinamente hasta llegar a nuestros días. La cosa ya se ve como algo habitual, ya no nos escandaliza, ya no nos duele. Hay veces que yo mismo miro a mi pareja y pienso al tiempo que contemplo su preciosa carita cómo es posible que exista seres que lleguen a maltratar a la persona que aman... es tremendo, porque a mí la cara de mi novia sólo me inspira ternura, cariño... y sé que sólo le pondré la mano encima para acariciarla o para secarle las lágrimas que esta vida asquerosa le de.
Pese a todo, la situación en España no es de las peores de Europa. Países como Suecia o Dinamarca disparan la locura y la indignación con cifras espantosamente altas.
Ya va siendo hora de que la sociedad abra los ojos. Pero que los abra de verdad, sin lentillas ni gafas de sol entre ellos y la realidad. Sin nieblas ni brumas, sin medias tintas. Esta es una batalla de todos, una batalla larga y difícil, pero una batalla que hay que luchar y por supuesto, ganar.
Una mujer, la escritora Marianne Williamson, dijo una vez: “en toda comunidad hay trabajos que hacer. En toda nación hay heridas que curar. En todo corazón está el poder para hacerlo”. Pues eso espero. Espero que los corazones puedan curar las heridas de esas mujeres. Espero que cada día que pase sea un paso adelante en el fin de esta lacra, un paso en favor de la paz doméstica.
Desde esta oportunidad que se me brinda, quisiera mostrar mi apoyo y consideración hacia todas esas mujeres víctimas de la intolerancia y de la brutal y agresiva sinrazón. Tal vez algún día la herida pueda cicatrizar, las lágrimas se puedan secar y la boca partida, vuelva a sonreír.