Mi nombre es Eduardo. Tengo 31 años y soy católico practicante desde que adquirí uso de razón. Nací y crecí en el seno de una familia creyente y con esos valores me educaron. Digo esto, solo y exclusivamente para que se entienda la magnitud de mi decepción. Durante estos últimos años, me he dado cuenta de lo que realmente representa la Iglesia católica, de la verdadera magnitud, objetivos y orden moral que envuelven sus métodos y aspiraciones.
Hace dos años me casé con una persona, que apenas seis meses después, me confesó que nunca me había querido, que se casó porque ya le correspondía por edad, y que realmente a quien quería era a otro hombre. Doce años tirados a la basura que pesaban como una losa de hormigón, se me vinieron encima. Lo que creía mi vida, se había destapado como una farsa, una mentira y una decepción sublime... pero debía levantarme. Quería borrar ese día fatal, en el que cometí el mayor error que podía imaginar: unir mi futuro a una persona ruin, mala, despreciable y fría, que no dudó a la hora de hipotecar los sentimientos de otra persona para su propio beneficio.
Cuando más hundido estaba, llegó a mis brazos un ángel con forma de mujer. Una chica dulce como la miel, que me demostró en múltiples ocasiones el amor más puro y sincero que jamás nadie pudo sentir. No se apartó ni un segundo de mi lado, me escuchó y ayudó con toda la ternura que fue capaz de reunir, tuvo paciencia y sufrió comingo mis propios sufrimientos... y me enamoré de ella. Nuevas ilusiones llegaron a mi corazón, a mi mente... un nuevo futuro tocaba a mi puerta y me decía "¡esta vez sí!". Quería intentarlo otra vez... tenía que intentarlo.
Fue entonces cuando por primera vez en 30 años de vida, le pedí a la Iglesia que me ayudara a seguir, que me echara una mano para poder borrar el negro pasado que pellizcaba mi espalda. Inicié el proceso de nulidad matrimonial, pagué los más de 3.000 € que me indicaron como gastos del proceso, e incluso el sacerdote que nos casó, testificó a mi favor. Por el contrario, mi ex-mujer (por llamarla de alguna forma) y una amiga con la que apenas había cruzado tres palabras en mi vida, dedicaron todo tipo de mentiras con el único objetivo de hacer daño. Y aunque parezca increíble, la Iglesia (la que hasta ese día era mi Iglesia), me dió la espalda y sentenció que la relación que ahora tenía con mi novia actual era pecado, y que la porquería que había tenido hasta el día de mi anterior ruptura era lo correcto, lo bien visto por Dios.
Es así, duro de asimilar para mí, pero tan cierto como que cada día el sol vuelve a salir. La Iglesia se ha convertido en el adalid de la doble moral, de la falsedad encubierta, y del amor a un dinero, que tantas veces critican dominicalmente. Piden, exigen y castigan, cuando ni dan, ni cumplen, ni predican con el ejemplo. Imploran limosta para el tercer mundo, cuando sus mandamases viven bajo techos de oro; ruegan por nuestra decencia y moral a la hora de utilizar el preservativo, para luego proteger y amparar a pederastas. Excomulgan a sacerdotes que se enamoran y quieren compartir su vida con una mujer, y luego tapan delitos de violación de otros sacerdotes... ¿qué es esto?, ¿qué dirigentes, gobernantes o pastores tiene esta Iglesia?, ¿cómo tienen la poca decencia de completar esos actos y luego hablar en nombre de Dios?.
Por supuesto, existen sacerdotes y miembros de la Iglesia, con una calidad humana y moral intachable. Personas que día a día se ofrecen a los demás y viven por los demás. Esas personas (generalmente alejadas de cúpulas, cargos y pompas), valen lo que valen independientemente de la institución. Es su alma, su corazón y su cabeza los que actúan. Es su fe en Dios la que los mueve... nadie más.
Sigo siendo creyente. Seguiré teniendo fe en Dios, en Jesucristo y en María Santísima. Por ello, tengo la esperanza y la creencia de que todos y cada uno de nosotros algún día, tendremos que rendir cuentas ante alguien al que no se puede ni engañar ni comprar. Será entonces, cuando realmente se haga justicia.
Dirigentes y miembros de la Iglesia católica: Me da igual lo que sentencien sobre mi vida, pienso seguir adelante, vivir con la mujer que amo y que me ha demostrado amor, y formar una familia con ella. Dejaré a un lado vuestras normas, mandatos y leyes, porque sólo Dios tiene verdadero poder en mí. Si lo que tengo con mi actual pareja es pecado, lamento informarles que de ahora en adelante, no dejaré ni un sólo día de pecar. Soy feliz, digan lo que digan, piensen lo que piensen y concluyan lo que concluyan. Si la iglesia no quiso ayudarme, si no me asió de su mano cuando le tendí la mía, si no me creyó cuando le dije la verdad; me haré a un lado sin más... si es así ya no la necesito, y eso pasé a sentirlo exactamente, cuando la Iglesia me apartó de su lado.